martes, 8 de abril de 2014

Sarah: nomeolvides

Sarah me recuerda a esas pequeñas florcitas azules que llamamos nomeolvides. Son de esas que cuando somos niños arrancamos para ponernos en el pecho y llevarlas cerca del corazón. Ella y su familia me han adoptado como su prima laowai (extranjera), y son casi los únicos responsables de que hoy en día entienda los qué, porqués, cuándos y dóndes que se me presentan a diario.
Nomeolvides, por si no se acuerdan cómo son. (http://solo-flores.blogspot.com)
Conocí a Sarah el día en que entendí que el gimnasio parecía más un club de solos y solas que un templo de deportistas. Ese día alguien me había hecho llegar el número de teléfono de uno de los chicos que estaba levantando pesas.  No tardé mucho en hacerlo un bollito y tirarlo al tacho, el papelito en cuestión venía del mismo muchacho que me había echado elegantemente de la sección de pesas porque no era un área para mujeres. Como verán, entre tantas otras actividades, como las clases de pole dancing o jugar al ping pong, el gimnasio parece proporcionar un servicio de celestinaje amateur mediante el cual papelitos con nombres y números de teléfono van de aquí para allá uniendo enamorados.

Las mujeres no se suben a la trotadora sin maquillaje ni perfume, no vestirán un simple pantalón y una remera vieja y descolorida y jamás dejarán ver una gota de sudor caer por su frente. Del otro lado de la selva, los hombres harán lo posible para no olvidar levantarse la remera entre entrenamientos para demostrar a las féminas quién tiene los brazos más grandes.

Como otras, éstas son situaciones que me intrigan y divierten, pero a veces me decepcionan. En un lugar donde el aire condensado se hacía pesado, donde los rumores de amoríos y relaciones clandestinas mezclados entre  risas estaban a la hora del día, donde frases como “No tengo novio porque estoy gorda” y “¿Cómo puede ser que no quieras tener una pareja? Acá podés encontrar una” se escuchan como disco rayado, y donde entrenadores complacían a sus clientas entrenándolas o ayudando a estirar de una manera sensualmente poco profesional, recibí mi primera conversación con Sarah como una bocanada de aire fresco y libre de tensiones.

“Presiento que vamos a ser buenas amigas” dijo  luego de que yo terminara de dar mi primera clase de yoga en el gimnasio. En su casi perfecto inglés y, sin titubear ni una vez, me aconsejó  sobre qué podía hacer para que lo que yo enseñaba gustara a sus compañeras, se ofreció para traducir durante la clase si era necesario y me dio su tarjeta para que la llamara por teléfono si yo  tenía tiempo libre. Casi ni hablé, pero no tenía que hacerlo, Sarah parecía saber qué decir por las dos. Me sentí un poco intimidada y juro que cada vez que Sarah me dice “soy tímida” me acuerdo de esa conversación y me río. Pero finalmente tenía razón, nos volveríamos buenas amigas.


Cuando le pregunté “¿Qué es lo que te ha llevado a ser la mujer que sos hoy?”, Sarah me contestó un simple y contundente “mi familia”. Vivió en la misma casa donde nació casi toda su vida con sus padres y su abuela, quien la cuidaba la mayor parte del día mientras sus padres trabajaban sus dos trabajos diarios. Sabiendo que sus padres siempre trabajaron más de lo que muchas veces hubieran querido para darle una educación que la pudiera independizar, y que su madre había dado en adopción a otro hijo que había tenido para poder mantenerla, Sarah siempre fue y es excelente en todo lo que hizo y hace. Dice sentir en el pecho como cada pequeño fracaso que atraviesa es una mancha en el nombre de la familia. La vida la ha hecho experta en evadirlos.

Tímida como dice ser, Sarah nunca creyó poder pararse frente a una clase y dar clases de inglés. Había estudiado para ser maestra porque le gustaba el idioma, pero algo le decía que enseñar no era el camino. Además, el no poder perder nunca en una discusión y no saber hacer las cosas como quieren los demás, hacían que Sarah detestara todo trabajo donde hubiera un jefe.  Sarah se convirtió en su propio jefe en un mundo de hombres: desde su oficina, que ella elige puede estar en su casa, en el auto yendo al gimnasio o en un café donde toma té verde con dátiles, vende insumos navales en China, Indonesia, Vietnam y Singapur por Internet. Juro que puedo ver cómo la timidez la abandona cada vez que respira y atiende una llamada de negocios mientras estamos tomando té en su casa o caminando por el parque para “descansar”.

Dice que aún siente el miedo trepar por sus piernas cada vez que tiene una reunión de negocios, porque sabe que tiene que defenderse con palillos de madera la mayoría de las veces. Y también dice que muchas  discutir y elevar la voz hasta callar a su oponente en una guerra de precios y servicios la drena de energía. Pero lo hace, porque sabe que un segundo después tendrá lo que más quiere. Tiempo y suficiente dinero. Saborea esas horas que ella misma maneja para leer los muchos libros y revistas que se ha propuesto leer ese año, ir de compras, cantar  visitar a su familia en Hangji,  conocer cada recoveco de Yangzhou, juntarse con amigas en un nuevo restaurante, comprar frutas y cocinar, hacer yoga… y viajar. Escaparse de China cuando se puede y por negocios únicamente si sirve de excusa.

Probablemente un mundo de dudas se esconda atrás de la seriedad que porta cuando quiere convencer a alguien de algo, pero nunca dudará de su palabra y hará las cosas a su manera. De vez en cuando la complazco y le pongo dátiles a mi té porque los dátiles son buenos para las mujeres, “son rojos, ¿Cómo no van a ser buenos?”. Me imagino la reacción en los rostros de sus pobres clientes cuando se encuentran con esta mujer que no cederá un centímetro ante nadie. Pero detrás de ese escudo se esconde alguien dulce, humilde, amable y aniñado que desviará la mirada cuando se la mira a los ojos. Me gusta pensar que Sarah es muchas mujeres en una.

Y porque la conocía como aquella independiente, tenaz e inamovible que es que me una noche le pregunté cómo lidiaba con la presión social de “tener” que casarse antes de los 30 años. Sarah tiene 28 años y aún no se ha casado ni tiene hijos. Estábamos caminando por un barrio viejo de Yangzhou y juro que los locales y turistas se daban vuelta para ver quién había roto en carcajadas. Por supuesto que tenía novio, y ella quería casarse. Cómo se me ocurría preguntar semejante cosa.

Aunque contenta al saber que mi amiga abandonaba el grupo de las solteronas en el mapa mental de China, intuía que detrás de aquella risa poco común, Sarah algo ocultaba. Me arrebató la curiosidad, así que l ver que no me contaba nada más, empecé a preguntar por el afortunado muchacho y por qué aún no sabía nada de él. Juro que nunca vi a nadie tan incómodo al contar la historia de cómo se habían conocido con su pareja. Parecía como si contar sobre aquella reunión de negocios hacía cuatro años se comparara a explicar cómo su madre se depilaba las piernas.  A medida que yo agregaba preguntas a la lista, las respuestas se volvían más cortas, simples y llenas de resentimiento. Sarah  desviaba la mirada hacia las vidrieras y los puestos de comida, buscando una excusa para cambiar de tema. Sabía que debía abandonar el tema, pero había algo que sentí que tenía que preguntar: “¿Estás enamorada?”. Por convención social Sarah debía contestarme, pero no sé si realmente quería hacerlo “Estamos juntos hace cuatro años ¿Sabés? Y creo que se necesita demasiado tiempo para saber si realmente uno está enamorado”.


Esa noche me fui a dormir algo confundida.

No fue hasta la noche de año nuevo chino que entendí lo que Sarah me había querido decir. Su familia me había invitado a celebrar con ellos y, como Hangji no queda muy cerca de la escuela donde vivo, Sarah me invitó a quedarme a dormir. En lo que se parecía a una conversación de pijamada de niñas de 13 años y con una copa de baijiu (licor de arroz chino) en el sistema, nos confesamos lo que queríamos este año. Mientras yo había dicho que quería viajar, aprender (cualquier lección) y conocer gente, Sarah se desprendió de tres palabras que parecían relajarla “quiero un esposo”.

Ambas mirando dentro de la oscuridad de su habitación, no pude dejar de preguntar otra vez “¿Estás enamorada?”. Arregló sus sábanas nerviosamente y contestó en voz baja y sin pasión “creo que sí”. Se dio media vuelta y luego de un largo silencio y entre lágrimas un tanto orgullosas, Sarah me contó de Big John. Su novio era poco atractivo, pero muy talentoso, sociable y tenía un excelente trabajo. Su familia lo había aceptado y todos sabían que se iban a casar. Pero Big John vivía para su trabajo y sus viajes. No la llamaba cuando viajaba y muy pocas veces atendía sus llamados. Se olvidaba de avisarle cuando se iba de la ciudad, no reparaba en cumpleaños y aniversarios y la caballerosidad no era su fuerte. Big John la volvía furiosa, más aún cuando, siendo una exitosa mujer de negocios, su novio no respetaba sus opiniones. Dejó de hablar para no dejar que sus emociones jugaran con ella y luego siguió. “Creo que sí lo quiero” volvió a repetir y se quedó dormida.

La realidad detrás de sus palabras es que Sarah no está segura. No sabe si realmente Big John la hará feliz, pero es la oportunidad que le ha tocado de tener una familia. Y en China eso no se rechaza. Probablemente la raíz del temor que siento en su voz nace de saber que ella misma se ha creado un mundo en el que puede ser libre y tomar toda decisión que quiera, pero a la vez sabe que nació en uno donde las barreras sociales quizás no la dejen buscar su verdadero amor.

Conocí a Big John hace unas semanas. Big John me había invitado a cenar porque sabía que yo lo quería conocer. A simple vista Big John no parecía ser el hombre terrible que Sarah describía. Elegante, educado, sorprendentemente leído y quizás demasiado supersticioso, John se había ganado mi aprobación.  Pero para mi desilusión, el ahora prometido de mi amiga no dejó pasar mucho tiempo antes de mostrarme lo que era una tradicional relación entre un hombre y una mujer en China. Como en otras sociedades puramente patriarcales, se espera que el hombre y la mujer adopten sus roles. Para ser virtuoso, él deberá proveer a su familia de lo que necesite y cuidar de ella. Y ella deberá guardar silencio y respetar la palabra de su hombre, no anteponerse a él, entenderlo y seguirlo en sus decisiones.

En la presencia de Big John, Sarah se volvía una mujer distinta. Entre bocados, Sarah esperaba a que Big John hablara para decir palabra, y se callaba lo que yo sabía era una justa contestación cuando Big John hacía comentarios como “Estás comiendo demasiado” o “Lo que dijiste es una estupidez”. Mientras lo escuchaba hablar, Sarah no lo observaba ni por un momento y la sonrisa de niña que la caracteriza había desaparecido. Vi como esa luz que irradia perdía su brillo a medida que pasaba el tiempo en aquel restaurant tailandés.

Entendí por qué Sarah me había invitado a cenar ese día con Big John. Cuando terminamos de cenar nos fuimos con Sarah a tomar un café, y desde el momento en que pedimos nuestros té verde con leche hasta este preciso momento no hemos hablado ni de Big John ni de su futuro. Ella no queiere que lo haga, ya las dos sabemos cuál era su realidad. Creo que Big John es un buen hombre, que la va a proteger y le va a dar una familia. Pero sé que no es el hombre para Sarah, y ella también lo sabe. El problema es que, en China, ya es muy tarde.



Cuando pienso en Sarah y su futuro, sé que mi amiga va a estar bien. Sé que va a tener esa familia que quiere para este año, y sé que va a viajar un poco, al menos hasta tener hijos. Sé que va a tener una niña y un niño, y que ninguno se va a parecer a Big John. Sé que va a amar a su esposo, porque está determinada a hacerlo. Sé que va a encontrar la felicidad, porque está determinada a que las cosas se hagan a su manera. Y sé que la voy a recordar como aquella valiente flor silvestre que se aferra a lo que quiere y no lo abandona, aunque deba hacer ciertos sacrificios para lograrlo.

ENTREVISTA A SARAH

Lugar de nacimiento: Yangzhou.

Describa a su familia: felicidad.

Con quién creciste: con mamá, papá y mi abuela.

Profesión: ventas.

Estudios: Inglés. Siempre me gusto.

Hobbies: cantar, ir de compras, viajar.

Tres palabras que te describan: positiva, sensible, amable.

Estado Civil: (no respondió)

Qué es lo que te ha convertido la mujer que eres hoy: No lo sé. Nunca tuve un plan concreto. Trato de ir paso a paso, atravesar errores y tristezas de la mejor manera, incluso hoy en día.

Cuál es tu meta este año: Casarme.

Cuál es la foto que describirías de vos en cinco años: Siendo parte de una familia feliz. Hay un niño y una niña junto a mí. La salud de mis padres y los padres de mi esposo está bien.

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