lunes, 17 de febrero de 2014

Mi idea de India

Cuando me mudé a China en Agosto del 2013 nunca imaginé que iba a poder viajar a la India. Tuve que estudiar mucho sobre la India en la universidad y desde que practico yoga conocer ese místico lugar fue un sueño. Siempre me fascinó su historia, su cultura, su literatura, la vida de su Bapu (todavía no puedo creer que muchos de mis alumnos adultos no sepan quién fue Gandhi), la lucha de la mujer hindu por su independencia social... y entonces con aires de pretensión una tarde puse una foto en la pared del Taj Mahal. La India era un lugar de los tantos otros que quería ir a visitar en el futuro.

Esa foto fue lo primero que vi una fresca mañana no hace mucho tiempo. Me pasé varios minutos observando las paredes de mármol teñidas de rojo por el sol del atardecer hasta que lo sentí, tan fuerte que no pude hacer otra cosa ¿Sería posible? Sí, podía pagar los pasajes. Podía ir a la India.

Hacía algún tiempo me había dicho a mí misma que no sería posible viajar a ese país, porque era peligroso viajar sola y quien estaba al lado mío no me acompañaría jamás a "ese país". Como tantas otras en mi vida, entender que podía hacerlo fue una increíblemente grata sorpresa.

Sencillo. Hecho. Me sentí un poco tonta, pero bueno, nunca está de más reconocer debilidades.

Lo que me estaba resultando difícil hasta hace poco era contestar lo que parece una pregunta trivial. "¿Cuál es tu impresión sobre India?" para mi se volvía imposible porque no entendía que era lo que la gente esperaba escuchar. Hasta que encontré mi manera de responder la pregunta.

Y para empezar este viaje los dejo con mis respuesta.

¿Qué es India?

Hay una sola y millones a la vez, tantas como personas se atrevan a describirla. Yo tengo que cerrar los ojos. Ahí está la agradable briza de las montañas que me trae aromas de comino, anís, cardamomo, jengibre, pimienta y mostaza. Madre Ganga, el río milagroso y puro, se hace cristales celestes a la distancia y a sus pies los discípulos de algún ashram cantan un mantra preparándose para la ceremonia de aarti y pedir a su madre que los libre de la oscuridad. No muy lejos un grupo de cinco hermanas corre por el margen del río persiguiendo turistas para venderles flores. Veo caminos de tierra mojada y veo caminos de tierra seca que se eleva por el aire tiñiendo los edificios con un leve tono amarillento. Veo saris y pashminas de colores danzando al ritmo de una sitara. Siento el calor en los rostros de las mujeres que me devuelven una sonrisa, felices quizás por haber sido notadas. Veo amas de casa limpiando las alfombras de intrincados patrones golpeándolas contra las ventanas. Veo a una novia que se protege de las miradas de los ciudadanos detrás de su pañuelo, mientras su madre y su tía eligen telas y souvenirs para el casamiento en el mercado atiborrado de productos sin ordenar. Veo a algunos vendedores que se esconden detrás de las columnas para sorprender y negociar ágilmente con algún turista que se ha acercado a ver sus productos. Quizás lo logre o quizás al menos pueda acercarse lo suficiente a alguna hermosa mujer que no se ha percatado de su presencia y asustarla. Veo ambiciosos conductores que a altas velocidad esquivan a tranquilos peatones y vacas que han encontrado un lugar en la estrecha calle. Veo cabras y monos masticando bolsas de plástico que probablemente haya dejado el vendedor ambulante de jugo de caña de azúcar y menta en el suelo. Veo a una mujer secando sus ropas al sol en un ghat del lago Sarovar, esperando que el agua bendecida por Brahma cure sus penas y le envíe otro hijo. Veo al chaiwala con una bandeja llena de pequeños vasos de té masala tan dulce como sus laddu, pequeñas bolas de masa de garbanzo frito y recubiertas de azúcar. Veo a esa mamá mezclando el arroz con el dal, masala y paneer con las manos para dárselo a su hijo allí a su lado. Y me veo a mí. Respirando. Ojos cerrados. Sintiendo. Intentando entender y sabiendo que la verdad no está lejos.


Y después de haber leídos todo esto lo único que puedo sostener es que es un país que no puede describirse con palabras. Hay que vivirlo para entenderlo.