lunes, 6 de enero de 2014

Xin Nian Kaui Le! Año Nuevo en Shanghai

A juzgar por mí, este no hubiera sido un Año Nuevo en China sin anécdotas que prueban que estoy del otro lado del mundo. Upside Down. Patas para arriba.

En China Año Nuevo no se festeja oficialmente, aunque el 1ro de enero es feriado para más de muchos. Por eso, y sabiendo que necesito ver luces de colores, gente abrazándose, brindando y sonriendo al son de la copa de vino o champagne que tiene en la mano, es que decidí irme para Shanghai.

Amo Shanghai. Quizás muchos piensen lo mismo que yo pero comparándola con sus ciudades de origen, para mí, La Perla del Oriente tiene muchas similitudes con Buenos Aires: cosmopolita, colonial, diversa, cultural, histórica (pero no lo demuestra a simple vista) y… un lío de autos y gente por doquier. Me siento como en casa.

Pero no hay que olvidar que Shanghai sigue siendo parte de China y por ende, aunque un poco más internacional que el resto de las ciudades de este vasto país, siempre va a poder aplicarse mi “teoría del caos organizado”. Si algo puede catalogar la víspera de año nuevo y su consecutivo primer día es eso: caos.

La Víspera

Llegué a la casa de Zora con una gripe super avanzada que me debe haber contagiado alguno de mis pequeños alumnos en el colegio. Preparar el bolso de viaje solo medio consciente puede ser un desafío de los no muy prácticos. Pero me había llevado lo que necesitaba… a mí en el colectivo.

Bajo los efectos de la penicilina, el ibuprofeno y el jarabe para la tos me vestí de fiesta para el evento. El glamour ante todo.

Mientras nos cambiábamos y hacíamos planes para ver a dónde ir y con quién nos juntábamos ya podíamos vislumbrar qué noche nos esperaba: aparentemente para llegar al restaurant Turco cerca del Bund (la costanera) íbamos a tener que apurarnos porque iban a cerrar los subterráneos a las 8 pm en vez de a las 11 pm. Había demasiada gente y sabían que el tránsito iba a colapsar. En China cuando hay eventos en vez de agilizar el tránsito y proveer transporte público se cancelan todos los medios.

Todos íbamos a festejar año nuevo a la costa




¿No era que en China no se festejaba Año Nuevo? No sé quién lo dijo, pero no es tan cierto. Y después de haber celebrado Halloween y Navidad, sospechaba que no era del todo cierto. Pero como siempre y más que nada desde que estoy en China, me dejé llevar por los comentarios de la gente que vive acá hace mucho tiempo.

Zora terminó de maquillarse y peinar su cabello rubio y platinado y emprendimos un viaje que duró muchas más horas de lo esperado. Bienvenidos al día de Año Nuevo 2014!

EL momento

Luego de prácticamente devorar el pan turco, el hummus, las berenjenas y la pizza de espinaca  en Kervan Orient Express a Katjia se le ocurrió ir a comprar bebidas para brindar en los primeros segundos de este nuevo año que todos queríamos trajera algún cambio.

El Family Mart desplegaba una amplia diversidad cultural… podríamos haber tenido agitados debates en el mercado, sin embargo todos nos dedicamos a comprar. Cargamos los bolsos de cerveza sin refrigerar (al fiel estilo China en invierno), vino de ciruela y una botella de vino rojo Chino. Yo compré chocolate porque hacía frío.

Todo bajo control
Aunque estoy acostumbrada a ver multitudes agolpadas en la calle para Año Nuevo en Mar del Plata, no estaba preparada para ver tanta gente caminando por las calles de Shanghai. Y cuando digo calle, era la calle. La gente se había tomado una licencia para no respetar las enseñanzas de Confucio que los fuerza a obedecer y nada más que obedecer. Todos caminaban por doquier abstraídos de la realidad que indicaba que podían morir atropellados en cualquier momento. Imagino que más de un conductor debe haber entrado en pánico esa noche.

A medida que nos acercábamos al Bund, a la zona costera donde se iban a lanzar los fuegos artificiales, y todos rechazábamos el vino rojo que Zora había comprado, la multitud comenzaba a ensancharse y caminar se hacía difícil y tortuoso.

Casi no se podía caminar
Siempre digo que los chinos deben pensar que la cuestión del “espacio personal” está sobre valorizada. Rozarte, empujarte, golpearte o respirar desmedidamente a dos centímetros de tu rostro es algo permisible y hasta muy normal.

También podríamos decir que son perseverantes y trabajan muy duro para obtener lo que quieren. Si quieren pasar de un lado al otro atravesando una multitud abarrotada de gente que no deja espacio… lo van a hacer.

Así es que caminando hacia la costa nos dimos cuenta que no íbamos a poder. Había, en efecto, demasiada gente. Nos hicimos un pequeño lugar en una esquina, mientras la horda de soldados forzaban a los desobedientes a retroceder y quedarse quietos.

Y después de un “three, two, one…” que escuché por ahí se hizo la medianoche y empezamos a escuchar los fuegos artificiales.

Segundos después de tomar una bocanada de aire para decir “Happy New Year” llegó el miedo. Mucho miedo. Pánico. Un grupo de gente que estaba atrás mío se avalanzó sobre mí para unirse a los que estaban frente a mí y poder filmar la pobre fracción del show que se podía ver desde donde estábamos. Con esa fuerza que nos nace en este tipo de situaciones estresantes intenté separarme de la gente para poder respirar y poder sacar la mano de alguien que estaba impunemente tocando mis partes traseras. Grité en inglés, en chino y finalmente en español. Siempre volvemos a la fuente.

Espero que haya sido un lindo show.

Las calles comenzaron a vaciarse casi al mismo tiempo que la torre Pearl apagaba sus luces y los soldados volvían a su colectivo para ser transportados a la base.

Unos cuantos minutos después de Año Nuevo, finalmente pudimos abrazarnos y compartir un momento de alivio total.
Rebecca, Katjia, Zora, yo, Ray y H y H. Al de abajo no lo conocemos.


La Vuelta a Casa

Como es su costumbre, Zora había preparado una lista de bares para visitar en la primera noche del año. Jo y Shane, que habían venido conmigo de Yangzhou, habían ido a parar a un bar cerca de donde estábamos así que fuimos para allá para encontrarlas. Para cuando llegamos, las puertas del bar estaban cerradas y me encontré con un mensaje en el que me decían que estaban intoxicadas con algo que habían comido y habían tenido que huir del bar para encontrar un baño.

Percances frecuentes en China.

Hacía frío así que decidimos ir a un bar que no estaba lejos de allí, aunque no era el más popular. Angels Heaven fue nuestra guarida hasta que pudiéramos encontrar un taxi de regreso a casa. Oh! Dulce ingenuidad. Allí conocimos a dos suecos que serían parte de mi viaje dos días más: Romeo y Tobías. Recientes hermanastros de más de veinte que visitaban a sus padres en Shanghai.

Eran las 3 am y tras mi delay de Cenicienta la penicilina, ibuprofeno y jarabe chino para la tos estaban haciendo efecto y me quedé dormida en un sillón. Zora decidió que ya era mucho para mí y salimos a buscar un taxi. Yo me volvía a su casa y ellas seguían su recorrida por otros bares junto a Romeo y Tobías.

Sencillo a primera vista. Pero estamos en China. Nada es simple y poco trascendental.

Como en todos lugares del mundo, cuando el taxi es el único medio de transporte los taxistas se vuelven extremadamente capitalistas. 300 yuanes era lo mínimo que pedían por un viaje que generalmente cuesta 30 yuanes.

Como ya ninguno de nosotros tenía dinero y caminar a casa no era una opción recurrimos a la tecnología para buscar un colectivo que nos dejara en casa. Algo así como la guía T de Shanghai, la Shanghai City Guide nos informó que el 303 era nuestro colectivo. No entendí demasiado por qué la gente hacía cola para tomarse el colectivo, que era infinita lo juro, ya que todos sabemos que en China la gente no hace fila para subir al colectivo. Tal cual, el colectivo llegó, todos rompieron filas y corrieron con desesperación a la puerta y sin respetar la regla tácita “mujeres y niños primero” entraban y se sentaban en los asientos esbozando una sonrisa de alivio.

Ya hay varias teorías sobre el tema, pero me quedo con la que explica que ese tipo de comportamiento, que se reproduce en las estaciones de trenes, supermercados, shoppings y panaderías, tiene su origen en su agudo sentido de supervivencia. No hace falta estudiar mucho su historia para entender que la ciudadanía china siempre tuvo que pelear con uñas y dientes por lo que a nosotros se nos ha dado sin pestañear.

Todos conseguimos asiento y nos pudimos relajar… yo quizás demasiado. Luego de dormir una media hora de siesta al calorcito de la calefacción me di cuenta que el colectivo todavía no se había movido. Rebecca, quien había predicho, según ella, que ir al Bund a ver fuegos artificiales no era una buena idea, maldecía en francés cada tanto, Katjia movía sus largas piernas en sentido de las agujas del reloj para superar la incomodidad de estar sentada en un colectivo chino, Zora estaba felizmente hablando con Romeo, Tobías miraba por la ventana y yo intentaba que mi vecino, quién estaba durmiendo sobre mí, no me babeara la pollera nueva.

Dos horas y media después, a las 5.30 am del 1ro de enero, el colectivo arrancó un tortuoso camino hasta el templo de Jin’an, en el medio de la ciudad.

Llegamos una hora después, siesta mediante, por supuesto, ya que las calles de Shanghai parecían la Panamericana a las 7.30 am un lunes. Imposible moverse.

Para cuando llegamos a la casa de Zora, ninguna de las dos tenía sueño. Así que tras una larga charla reflexiva sobre la amistad, el amor, las relaciones, viajar, comer, escribir blogs y los acontecimientos de esa noche pudimos dormir.

El Primer día del Año

Como ya he dicho antes, las festividades en China duran muchos días. Y si bien esta no es una festividad china, los acontecimientos descritos anteriormente la catalogan como tal. He dicho.

Pensando que era mi alarma, me desperté muchas veces entre las 11 am y la 1.30 pm para mirar mi celular que vibraba y hacía ruidos extraños desde el más allá. Me había olvidados que ya era Año Nuevo en casa.
Lo mejor de tener unas 11 horas de diferencia con el país de origen es poder leer todos esos mensajes de gente un poco ebria o muy ebria estando sobria. Mensajes cariñosos, mensajes extraños exhibiendo frutas, gente adulta diciendo “manzana”, un video de los famosos fuegos artificiales de Mar del Plata, mensajes quizás demasiado cariñosos, mensajes inentendibles, muchas letras. Así comenzó mi día.

Ray, un chico de Sichuan que comparte el departamento con Zora, nos invitó a la cena de ese día. Wang Min y Li Xiu Ying, quienes también comparten el departamento con Zora, iban a preparar uno de mis platos favoritos: Jiaozi o dumplings.

Como no me dejaron comprar los elementos para hacer los dumplings me propuse comprar el postre y a Zora se le ocurrió ir a buscarlo a Ikea, un mercado de origen sueco que se especializa en vender muebles para ensamblar a muy bajo coste. También vende chocolate.

Todo esto después de compartir un brunch en el pequeño negocio de sopa y dumplings de la esquina, donde la dueña preparó los deliciosos paquetitos chinos y una sopa de wan tan en menos de 5 minutos. Creo que si hay algo que voy a extrañar de China son esas conversaciones triviales que se pueden tener mientras se revuelven los dumplings holgazanamente en la sopa que aún está caliente.

Son las mejores conversaciones.
Las mejores conversaciones se tienen revolviendo los dumplings en sopa caliente.

Uff, riquísimo.

Y sí, Ikea en China es un mundo. Según me han dicho, los chinos se pasan el día entero en el marcado. Puede ser tomando un café en familia por horas, comprando cosas que probablemente no necesiten (como todo el resto de nosotros, porque comprar en Ikea juro que se vuelve adictivo), durmiendo en las camas o disfrutando de la programación televisiva desde el sillón montado el living del showroom. En Roma lo que hacen los Romanos… no me pude contener.
En Ikea lo que los romanos... durmiendo en la camita.

Es el colchón más cómodo del mundo, os juro.

Cómo no mirar la tele en el living de Ikea.
Si bien al verlos uno sabe qué es un dumpling y qué no, pueden tener distintas formas y rellenos. Los que las chicas estaban haciendo estaban acompañados de una salsa de jengibre, ajo, vinagre y… ajíes rojos. Vivo en China hace 5 meses y aún me siento como el perro de Pavlov que no entiende de los estímulos. Ni bien probé la salsa se me abrieron los lagrimales y lloré un mar al son de “Esto está re picante!!!!!”
Armando dumplings (fotos cortesía de Zora Baumbach)


Y antes del postre me tocó probar los huevos negros… que obviamente no probé. En cuanto se trata a comida soy bastante sencilla de adivinar: todo lo que tenga forma y aspecto extraño no entra en mi sistema digestivo sin salir por donde entró automáticamente. Así que no lo como. Aproveché la interrupción de nuestros nuevos amigos suecos en el departamento para esconder el bocado de huevo de los mil años en una servilleta.

¿Tengo que comerlo?
Tobías no pudo escapar y tuvo que comer uno.
"¡Tienen un gusto peculiar!"

Comimos y bebimos por horas. Cada tanto Ray se paraba y con sus amigos gritaban “¡Gambei!” para tomar lo que fuera que tenían en el vaso de una. Brindamos varias veces.
Teníamos ganas de salir a tomar una cerveza a la cervecería artesanal The Boxing Cat, así que liberamos la mesa de platos sucios y los llevé a la cocina.

No nos fuimos hasta saludar a los miles de ratones que viven en la cocina del departamento de Zora. Aparentemente ni Zora ni sus compañeros de departamento parecen molestos ante la presencia de los roedores.

Cosas que suceden en China.
The Boxing Cat


El Retorno

Mi viaje no culminaría sin antes visitar dos dignos lugares: el restaurant budista y el bar 100 Century Avenue. En el primero, y por ser un restaurant vegetariano, nos sorprendió con carne falsa. El segundo es el bar más alto del mundo, está entre el piso 91 y el 93.


Saltando de pequeña aventura en pequeña aventura culminó mi viaje. Juro que no quería volver a casa.



¡Feliz Año!

1 comentario:

  1. Que lindo Año Nuevo Hormiguita Viajera! Me quedo una duda... te babeo la pollera nueva el muchacho a tu lado?

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