“Nadie recuerda al segundo hombre en escalar el Everest” se
dice que dijo Edmund Hillary años después de llegar a la cima de Qomolungma,
como le llaman en el Tíbet, la montaña más alta del mundo. Encontré esta cita
mientras editaba fotos de mi propio paso por las altas cumbres del Himalaya.
Inmediatamente fruncí el ceño y se me escuchó arruinar el momento filosófico
con una risita irónica. Resulta que yo tampoco sabía quién era el primer hombre
en haber llegado a la cima.
“Estás muy callado” me aventuré a lanzar al aire mientras
Dave y yo subíamos y bajábamos colinas desde nuestro campamento a la base del
Everest. Dave es el típico muchacho que adoramos en esas fiestas aburridas de
las que queremos irnos cuando apenas llegamos: sus chistes son los mejores, las
monerías y las bromas son su vocación y si nadie habla, él se va a encargar de
hablar por todos. Pero desde que lo había visto llegar a Lhasa que Dave no
decía más que monosílabos y parecía no estar interesado en ninguna de nuestras
charlas.
Mencionar la palabra Tibet cuando hablo de mis viajes es
como decir que conocí a uno de esos actores increíblemente atractivos, sexy,
tímidos pero no… apuesto mi vida a que muchas veces cuando digo “estuve en el
Tibet” están los que, por un par de segundos, dejan de respirar y sin más dejan
de prestarme atención. No los juzgo, en mi opinión Tibet es el lugar más bello
del mundo.
El hombre más alto caminaba lentamente por el arrozal colocando sus pies a los costados de las plantas de arroz. No muy lejos otro
las arrancaba y las ponía encima de otras que había cortado antes. Un tercero
se alejaba para sentarse a un costado y limpiarse el sudor de la frente. Seguro
estarían hablando en su dialecto local acerca de qué había para almorzar o de
la lluvia que no había cesado durante todo el fin de semana. Los tres me
dejaban entrar en su mundo inconscientes de la existencia de mi mirada a la
distancia.
Apenas si había leído el libro que tenía abierto sobre mis
piernas en la estación de colectivo de Xianju, provincia de Zhejiang. A veces
me pregunto por qué sigo trayendo libros a mis viajes, cuando lo que veo por la
ventana me atrae mucho más. No quiero perderme nada, porque es sólo cuando
observo que puedo entender y sentir la vida de otros tan distintos a mí. Me
encanta perder horas observando paisajes y a la gente que vive en ellos toda su
vida.
Después de tres días de haber dejado Yangzhou ya estaba
volviendo a Hangzhou de lo que sería mi último viaje en China del este. Cómo
decirle a David Sedaris que su libro me interesaba mucho, pero que tenía muchos
pensamientos difíciles de leer y que necesitaban mi atención ¿Cómo poner en
palabras esa experiencia? ¿Cómo hacerlos revivir conmigo ese difícil pero
increíble viaje al pueblo de Gong Yu? Espero contar bien acerca de nuestro
breve paso por allí.
Sigo pensando que son un poco aburridos, y que si yo tuviera
uno el pobre se moriría a los dos días (después de aaaaaaaños de estar
creciendo fuerte y orientalmente hermoso). Pero ayer, mientras recorría el
parque más importante de Yangzhou me
detuve dos segundos a observar con atención. Sí eran hermosos, sobretodo ese
que rebosaba en flores rosas. Honestamente no sabía que un bonsái podía tener rosas.
Bonsái con flores en Slender West Lake, Yangzhou
A veces desconocemos cosas que están al alcance de nuestro
conocimiento por puro deporte, porque nos gusta ignorar eso que pensamos que no nos es útil en el momento. Y no nos damos cuenta que nos forjamos como ignorantes de cosas que nos
pueden hacer enormemente ricos.
“Me empujó para pagar el boleto primero” le explicaba
indignada a mi amiga Zora en Shanghai refiriéndome a una señora que se había
adelantado en la línea impunemente a los empujones para pagar el boleto de colectivo desde Yangzhou. En vez
de reír o contestar un “Increíble, estos chinos…”, Zora me miró y me contestó
“¿Esperabas que la señora hiciera otra cosa?”. No. Y honestamente, este tipo de episodios cada vez me irritan menos.
No hay día que no sea protagonista o que presencie una
conversación de este tipo… una queja, una muestra de poca tolerancia quizás, el
reflejo de sentirse rana de otro país. Pero, como he escrito en otros posts,
este tipo de situaciones son parte de un proceso inevitable de adaptación a una
cultura tan diferente a la nuestra que a veces nos asombra de la mejor manera y
a veces nos es (casi) imposible aceptar.
Al margen, yo casi siempre me veo riendo o al menos sonriendo, y todo gracias a las grandes
diferencias que nos separan. Esta es una recopilación de diferencias que espero les
arranque una sonrisa (o risa) y los ayude a entender un poco el país donde vivo
hoy.
Pequeñas grandes diferencias que espero los hagan reír un poco.
Tráfico
En Argentina los autos circulan (casi) siempre en la misma
dirección, y si se vive en grandes ciudades como Buenos Aires los conductores y
ciclistas respetan las reglas de tránsito para no tener multas. A pesar de ello,
el espacio personal de los vehículos es nulo y el número de accidentes se
incrementa a medida que acerca la hora pico que indica que el día laboral ha
terminado y podemos volver a casa y sacarnos los zapatos.
En China, los autos circulan en diversas (si esa es la
palabra que quise usar) direcciones y por la calle, la vereda, la senda de las
bicicletas… o cualquier otro hueco en el que quepa el vehículo. Las reglas de
tránsito existen, pero la policía vial no presiona a los conductores y
ciclistas (temo para no hacerlos perder su integridad) y no sancionan cosas
como conducir una moto sin casco, con un pie en el manubrio para rascarse un
dedo mientras se atiende el teléfono celular con la otra. Conducir se vuelve un
juego en el que los peatones que cruzan sin mirar se vuelven obstáculos y los
autos y motos que entran en la calle sin disminuir la velocidad se avecinan
cual proyectiles en juegos de video.
Escupir y sonarse la nariz
En Argentina escupir es un acto diario poco aceptado por la
población. Sin embargo, siempre y cuando lo realicen los hombres y solo en la calle y a un
costadito, son hechos poco trascendentales. En general, los hombres pasados los treinta, que no temen descuidar
su imagen social, no pierden tiempo en descargar un rápido y violento menjunje
bucal que los libera temporalmente. La tarea se realiza con sutileza para
reducir el sonido al mínimo y así evitar vergüenza. Y si hay que liberarse de
fluidos nasales, utilizar pañuelitos descartables y pañuelos es preferible
antes de lucir famosas velas.
En China, escupir es algo que se espera de toda la
población. No es sano guardarse flemas y fluidos que pertenecen al exterior. El
acto consiste en absorber fluidos con la nariz y la boca de la forma más
ruidosa posible y durante el tiempo que se pueda, para después descargarlos en
cualquier espacio donde no haya zapatos o zapatillas en movimiento (sí, incluso
en cantero con flores de alguna casa, el piso del gimnasio, la pata de la mesa
en el restaurant…). Como escupir es de buena educación, sonarse la nariz con un
pañuelo es terriblemente irrespetuoso y da mucho asco. Por lo tanto, taparse un
orificio nasal y descargar flema por el otro de forma violenta en tachos de basura
se considera oportuno.
Usar pañuelos descartables para sonarse la nariz quizás no sea una buena idea. (dentromusica.com)
Creer o no creer
En Argentina ya nos es muy difícil hasta creer en la
ciencia. Dudamos del gobierno, de los políticos, del doctor, del psicólogo, de
la maestra, del profe, de mamá y papá, de los diarios, (agregue aquí). Por ende
nos informamos como podemos y decidimos aceptar cierta realidad y somos
medianamente felices.
En China la población cree. Punto. Lo que se dice, se
aprende y lo que se aprende se enseña. Por eso, comer cosas de color rojo hace
bien ¿Por qué? Porque sí.
Los dátiles son rojos y por eso la mujer debería comerlos en cantidad. También por eso son más caros que el resto de las frutas secas. Lástima que nunca me gustaron mucho los dátiles...
Seguridad
En Argentina, los criminales han encontrado tantas maneras
de quitarte lo que tienes que ya no vale la pena hacer una lista de recaudos
para que no lo hagan. Siempre hay una falla en dicho sistema. Muy triste, pero
verdad.
En China, la población viven con pánico por posibles robos
que pueden suceder a toda hora del día y más cuando cae un poco el sol. A veces pienso que más de uno se pondría un collar de ajos para que nadie se les acerque. Sin embargo, siempre pienso que la gente aquí es tan honesta, en general, que el proceso para convertirse en
criminal debe ser arduo y doloroso. Estoy segura que deben arrepentirse de cada
una de sus fechorías.
Viajar larga distancia
En Argentina si se viaja larga distancia en colectivo uno se
prepara para leer, mirar la película que pasan, escuchar música o dormir una
siesta si la distancia entre un asiento y otro lo permite.
En China, los chinos se preparan para comer, comer y comer.
Suben al colectivo con bolsas gigantes llenas de snacks que comen desde que se
sientan hasta que se bajan: nueces, patas de pollo, choclos hervidos, panes
rellenos, galletitas, albóndigas de cerdo, dumplings y salchichas al mejor
estilo chorizo son algunos de los refrigerios elegidos.
A veces envidio esa capacidad que tienen para comer todo el
tiempo sin engordar.
Estación de tren, Zhengjiang, 2 PM. Snacks varios. Ruidos varios.
Restaurante 1
En Argentina, cuando uno va a un restaurante sabe que los
mozos quizás deban tardarse porque están atendiendo otras mesas, y cuando
llegan dejan los menús en la mesa para luego irse otra vez. Vuelve luego de un
considerable período de tiempo, toma las órdenes y luego la comida se hace
esperar un poco más. Para cuando la comida llega a la mesa, nosotros ya nos
hemos comido la cesta de pan con manteca o queso y sal y ya no tenemos espacio
para lo que pedimos… pero lo comemos igual hasta que realmente el estómago no
se puede estirar más.
En China, cuando uno va a un restaurante, la mesera ya está
en la mesa con los menús. Tiene lápiz y papel en alto y deja de respirar para
anotar el pedido. Aunque uno necesite tiempo para decidirse o dilucidar qué
dice el menú, la mesera no se irá de la mesa hasta que lo haya hecho. Luego
dejará palitos chinos y platos, pero no traerá pan… por suerte la comida NUNCA
se hace esperar. Siempre tardan entre cinco y diez minutos en servir. Y a pesar
de lo abundantes que son los platos, los chinos dejarán comida en ellos si es
que pueden. Poder dejar mucha comida en la mesa es un reflejo de tener un buen
pasar económico.
5 minutos y ya está en la mesa
Niños
En Argentina, los buenos modales se adquieren de los padres
desde que los niños nacen hasta que tiene la edad de ir a la escuela (sé que da
para comentarios, pero piensen que se algo se aprende durante esos años). Para
ese entonces los niños ya saben que hay que lavarse los dientes al menos dos
veces al día, que gritar, patalear y golpear el piso en señal de que algo no
les gusta no está bien visto, que morder a alguien y no soltarlo te convierte
en paria y que para cortar la torta en un cumpleaños es vital esperar a que se
soplen las velas (obvio).
En China, padres y abuelos responden a los caprichos de sus
hijos, porque para eso están, desde que estos nacen hasta que empiezan a ir a
la escuela. Allí, estos esperan que los maestros los disciplinen por ellos.
Para ese entonces, los dientes de leche tienen más caries que diente, pegar un
alarido al fiel estilo Tarzán cada dos palabras seguidas es muy frecuente,
morder es instintivo y llorar para que mamá o papá les corte un pedazo de torta
antes de que el cumpleañero sople las velas es un derecho.
Imaginen, solo imaginen.
Feriados
En Argentina, cuando un feriado cae un jueves se decreta fin
de semana largo. Cuando un feriado cae en otro día de semana a veces se pasa al
lunes para que la gente pueda tener un fin de semana largo… y cada año que pasa
se agrega un feriado más al calendario.
En China, cuando un feriado cae un jueves, el viernes
también es feriado, pero hay que trabajar el domingo. Ese día quizás yo deba
hacer el trabajo que hago los miércoles (porque así lo quieren mis jefes), se
siente como si fuera el lunes de una semana larguísima, pero no deja de ser
domingo y el resto del mundo está en la cama descansando.
Construcción edilicia
En Argentina, una empresa constructora tarda entre uno y dos
años en construir un edificio de 50 departamentos de uno o dos ambientes. Para
cuando terminan quizás la piscina no se pueda usar, pero hay electricidad, la
cañería va a donde tiene que ir y, más que mal, uno sabe que el departamento
estará en buen estado por unos cuarenta o cincuenta años.
En China, una empresa constructora trabaja día y noche
(créanme, los escucho trabajar en los edificios a las 2 o 3 am), para terminar
un edificio de incontables departamentos en menos de un año. Para cuando
terminan la piscina se puede utilizar, pero quizás no haya electricidad, quizás
la pileta del baño no tenga cañería que vaya a algún lado y las parecer lucirán
un verdor extraño que no es pintura (créanme).
Restaurante 2
En Argentina, nosotros cenamos tarde porque sí. Y nos gusta.
Por eso, cuando vamos a un restaurante TARDE, a eso de las 11 o 12 pm, los
dueños o gerentes (los meseros no) nos reciben con los brazos abiertos y
esperan a que nos vayamos para cerrar el local, aunque siempre se nos mire mal
o se corte la música.
En China, se cena a las 6 pm y después se va al gimnasio.
Los argentinos, entonces, nos enfrentamos a un gran problema: los restaurantes
también cierran temprano. Por eso sucede que, si uno encuentra un restaurant
abierto alrededor de las 9 pm, lo más probable sea que el dueño o los meseros
nos tomen el pedido, nos traigan la comida y nos echen cinco minutos después apagando
la luz, quitando los platos de la mesa (cosa que nunca hacen), barriendo encima
de nuestros pies (literalmente) y finalmente pidiéndonos que nos vayamos de
forma muy convincente.
Me tuve que acostumbrar a algunos cambios de horario... cena a las 6 pm.
Afecto
En Argentina, yo siempre les digo a los chinos, somos de
tocar mucho. Nos gusta tocar, es como que todo es una extensión de nuestras
manos. Somos afectuosos y nos gusta demostrar nuestro amor por los nuestros en
cualquier oportunidad. Quizás demasiado a veces… díganme sino piensan en la
frase “búsquense un hotel” al menos una vez al día. Pero hay cosas que no
hacemos: tocar a los amigos. A los amigos se los abraza, se los besa en la
mejilla para decir “hola” y “chau”, se los agarra del brazo, pero mucho más no (¿cierto?).
Las amigas de la mano, del brazo, haciendo cucharita en el subte... (absolut-china.com)
En China, la gente tiene imanes al revés. Se repelen. Los
besos, las caricias y las “cucharitas” públicas entre novios se consideran una
falta de respeto, mientras que actos más subidos de tono estoy segura están
penados por ley. Peeeeeeero, ir de la mano con una mejor amiga por la calle a
los 60 años es un deber y ver alumnos varones más altos que yo sentados uno
arriba del otro en una clase haciéndose mimos es algo de todos los días.
Entender
En Argentina, cuando un extranjero nos para en la calle para
preguntarnos algo en un acento extraño y rogando que hablamos un poco inglés en
general no dudamos en identificar sonidos, procesar la información, buscar
sinónimos, usar las manos, gesticular, agarrar un papelito y lápiz, preguntar a
otras personas… con el fin de entender qué es lo que el cristiano quiere.
En China, cuando uno se acerca a un chino para preguntar
algo, el chino mirará para todos lados deseando que no sea a él al que me
acerco. Si ve que así es, intentará caminar más rápido para que yo no lo
alcance. Si lo alcanzo, sabrá de inmediato que no podrá entenderme jamás. No
entenderá de lo que estoy hablando aunque no sea tan difícil, reirá nervioso y
huirá lo antes posible, pretendiendo que la conversación nunca ocurrió.
¿Por qué? Qué se yo.
Cumplir años
En Argentina, se nace un día y para celebrar que la
presencia de uno es vital en el mundo, cada año para la misma fecha nos
juntamos con amigos, nos hacemos regalos, comemos torta y nos vamos a dormir lo
más tarde posible para constestar mails, llamados, twits, notificaciones de Facebook,
etc… Desde ese momento, se cuenta cuántos años han pasado y esa cantidad de
años suele ser nuestra edad.
En China, cumplir años es un poco más complicado. Por ejemplo,
mis alumnos a veces tienen nueve años, a veces tienen diez y a veces once. Sí,
los mismos alumnos. Se cree que uno nació con un año de vida, puesto que se
cuenta el período de gestación. Además, si uno nació en enero o febrero, quizás
se agregue a esto un año más (ya que nacer antes es pertenecer al año anterior
y nacer después es pertenecer al año siguiente). En general hay que agregar un
año más a nuestra edad para tener una edad china, eso sí, si no nacimos antes de
febrero, sino se agrega más edad ¿Se entendió, no?
Hay muchas más diferencias entre Argentina y China… pero
creo que con estas os alcanza para seguir entendiendo un poco más el lugar en
el que estoy.
Todos los que han ido a ciudades que tienen bibliotecas infinitas de historia de a cuestas pueden estar de acuerdo conmigo en que son lugares que transmiten una energía distinta. Para mí Beijing es una de ellas. Cualquiera que haya ido a la Ciudad Prohibida, paseado por los hutongs o patinado en el lago del Palacio de Verano probablemente esté de acuerdo conmigo. A mí me inspiró muchísimo respeto, como si estuviera en presencia de un maestro muy sabio. Me sentí como ese alumno que se saca el chicle de la boca, quita los pies del escritorio y se sienta derecho solo en presencia de ese maestro. Esa energía me enseñó muchas cosas y me hizo parte de pequeñas historias y del camino de otras personas. Qué mejor que contarles qué me sucedió a través de imágenes que cuentan todo esto.
Si quieren más información acerca de estos lugares, pueden consultarme... pero déjenme decirles que hay miles de guías de qué visitar para casa predilección, paladar, sexo, hobbie, animal... etc. Yo lo que utilicé muchísimo en esta ciudad (y para planificar) fue:
Lonely Planet: La guía de Lonely Planet (para hospedaje, restaurantes, mapas, tips) pero hasta ahí.
Boca en boca: preguntar en los hostels qué les había gustado visitar.
Instinto.
El tren nocturno a Beijing
En el tren a Beijing: este mapa pertenece a un joven que no tiene miedo a acercarse a extranjeros.
'El dueño de este mapa es de Yangzhou pero estudia en Xi'An para ser empresario. No le agrada esa profesión, pero cree que para mantener a su futura esposa y a su familia es un trabajo que le podrá dar el sueldo que necesita. Ambos estábamos sentados en una mesa en el tren porque no podíamos dormir, él porque no le gustaba viajar en tren y a mí porque a alguien había estado fumando y no paraba de estornudar. Cuando ya ninguno de los dos tenía mucho más para decir que estuviera dentro del cuestionario social convencional (nacionalidad, edad, estado civil, hijos, estudios, salario), él sacó el mapa y me explicó qué iba a visitar en Beijing. Pensé qué estructurado este chico, no dejó nada al azar. Lo tendría que haber pensado dos veces ese comentario ya que Beijing es gigante y optimizar el tiempo es algo para expertos (igual un poco de improvisación nunca viene mal).
La Ciudad Prohibida
Sala del Trono - Ciudad Prohibida
Si bien desde que se entra a la Ciudad Prohibida se pueden escuchar y leer sobre las esposas y concubinas del emperador (que vivían en distintos edificios dentro de la ciudad), sobre misteriosos asesinatos, cautivos y cautivas, romances incestuosos y eunucos que irónicamente traicionaban a su emperador, lo que más me llamó la atención fue la vehemencia con la que ciertos emperadores querían salir de la ciudad. Si vieron la película El Último Emperador de China, de Bernardo Bertolucci, el emperador Pu Yi anhela ser parte del mundo exterior, se siente preso dentro del mundo real de la Ciudad Prohibida... y no es para menos. Las dimensiones del palacio son inimaginables. Se puede tardar un día entero en recorrer rincón a rincón del lugar, pero unas tres horas después de salir y entrar de cámaras y perderme en los pasillos puedo decir que uno se siente un poco claustrofóbico.Se dice que Pu Yi no era un emperador benevolente y amable. Solía ordenar a los eunucos tareas que generalmente exponían su condición y castigaba sin razón a sus sirvientes. No estoy justificando actos terribles, pero creo que puedo empatizar un poco.
El Parque Jingshan
El Parque Jingshan
El parque de Jingshan se puede ver desde la puerta norte de la Ciudad Prohibida. No muchos hablan de él, y sin embargo es uno de mis lugares favoritos de la ciudad. Ha presenciado la vida de Beijing por centenios en silencio y si uno lee los carteles aquí y allá puede caer en la cuenta que no sólo en los palacios imperiales suceden relatos que nos pueden erizar la piel. Hoy ofrece lo mejor de la Ciudad Prohibida, su vista. Y si se llega al mirador se puede disfrutar de una corta siesta al sol en el mismo centro de la ciudad, como indica un pilar entre asientos. Y también nos podemos perder, no hay que tener verguenza si se deambula por bastante tiempo sin saber cómo salir.
El Templo de los Lamas
El Templo de los Lamas
Creo que ya he dicho antes que por más que leí e investigué sobre budismo, muy poco me queda claro de qué creen los budistas chinos. Podría hacer una lista de muchas cosas que he visto que no concuerdan con preceptos del budismo, y así y todo, con estar en este templo y observar en silencio, muchas incógnitas se resolvieron solas. Si bien habían carteles que indicaban que no se podían sacar fotos, le pregunté a uno de los monjes si podía tomar una foto de esta hermosa sala de estudio. Me sonrió y asintió con la cabeza antes de sacar su celular del bolsillo para chequear la hora.
El Palacio de Verano
Palacio de Verano
Cierro los ojos y todavía me acuerdo
Esta vista fue la sorpresa más grata de mi viaje. Siempre digo que muchas veces es bueno saber a dónde uno va y muchas otras no. Creo que me hubiera gustado saber que el palacio de Verano está bastante lejos del centro de la ciudad y lleva alrededor de una hora llegar, pero agradezco no haber sabido más nada de este lugar (bueno, es el lugar donde la familia real pasaba los veranos). Hacía mucho frío, pero encontré un banco y me quedé observando la puesta de sol por un largo tiempo. Le escribí a mis hermanos que se estaban levantando en Argentina y les mandé esta foto. No sentía las mejillas, pero valió cada minuto.
El Templo del Cielo
Hombres y mujeres jugando a las cartas y al mahong
El Templo del Cielo - donde se hacían sacrificios para los dioses
Estos caminos conducían al emperador y a su séquito en la ceremonia... como casi siempre, me perdí y fue difícil volver a encontrar la salida.
Llegué al templo del Cielo muy poco antes de que cerrara, pero por una muy interesante razón. Ese día hacía muchísimo frío y casi no se podía ver porque la polución en Beijing es muy alta. Me ganó la pereza y terminé en un café... junto a otros muchos en Beijing. Encontré una pequeña mesa y no faltó mucho para que una mujer china se sentara también. Vivir viendo gente todo el tiempo te prepara para esas situaciones, así que no dije nada. Al poco tiempo se nos unió su pareja, un norteamericano que no esperó mucho para empezar una conversación. El hombre había visitado más países de los que sabía que existían en el mundo, había creado una fundación educativa en Kenya después de vivir muchos años en una comunidad Masaii, hablaba ocho idiomas y estaba de visita en China. No sé qué sucedió durante esa conversación, pero este hombre me contagió las ganas que necesitaba para salir y llenarme de mundo. Llegué un poco tarde, pero el Templo del Cielo aún estaba abierto. Pude disfrutar de su encanto cuando la mayoría de la gente ya se había ido. La Plaza de Tiananmen y el Mausoleo de Mao
Monumento a la Revolución en la puerta del Mausoleo de Mao
Parte de la delegación de oficiales que resguardan la plaza y el mausoleo... jamás vi tanto uniformado junto en una plaza.
No cualquiera puede decir que cuida las entradas del mausoleo
A pesar de haber sido nombrada como la Puerta de la Paz Celestial en 1415 cuando fue construida, la Puerta de Tiananmen Square ha sido escenario de batallas entre etnias chinas, entre herederos al trono y contendientes, ha visto campamentos inglesas y francesas, rebeliones y protestas que terminaron en masacre hace tan solo treinta años. Hoy, la imponente plaza de cemento construida bajo el mandato de Mao como símbolo del poderío chino alberga hordas de turistas, la mayoría chinos, a los que probablemente se les cuente una mínima porción de esa historia.
Siempre recomiendo ir a visitar el Mausoleo de Mao, porque yo creo haber entendido mucho sobre cómo se educa sobre la historia de China en los dos minutos que es posible transitar por el mausoleo. Los incontables oficiales que cuidan día y noche el edificio no se pierden de ningún movimiento extraño, ni siquiera el del niño que estaba frente a mí, que jugaba con las flores amarillas a los costados del camino marcado con la franja amarilla que hay que transitar sin detenerse en ningún momento. El oficial se acercó y le dijo a su padre que el niño no podía entrar con una gorra. Su madre retaba al niño y lo arrastraba por el camino, cuando disciplinar a los niños es algo que los padres raramente hacen. Para cuando llegamos a la cámara donde está el cuerpo de Mao en una caja de cristal resguardado por dos oficiales, el niño ya estaba aburrido y decidió detenerse en la alfombra roja, pero su padre no lo toleraría. Lo levantó del piso y forzó su cabeza para que el niño mirara el cuerpo de Mao los 45 segundos que podíamos estar allí.
Cuando uno pregunta en general a algún chino qué opinan de Mao, y si es que se atreven a contestar, casi todos contestarán Mao fue 60% bueno y 40% malo. Se lo venera, se lo ama, se lo extraña... pero nadie sabe muy bien quién fue.
Wanfujing Street Market
Estos escorpiones están vivos... frescos, frescos. Otros snacks pueden ser arañas, víboras, pichones, bichos canastos, saltamontes, y, honestamente, lo que se te ocurra pensar que pueden poner en una sartén con aceite.
Turistas, turistas, turistas
Mi comida favorita en Beijing... fruta en almíbar. Si engordé en este tiempo fue por esto.
Me he cruzado con extranjeros de paso, hombres y mujeres que están acá por negocios, turistas chinos, gente como yo... y todos coincidimos en algo: amamos la comida china. Por sus ingredientes, condimentos, preparación y porque la podemos encontrar en todo momento y a toda hora. En Beijing, los mercados (hay varios) son los mejores lugares para degustar estos manjares (para todos los gustos). El de Wanfujing es el más exótico y tradicional y está en el centro de la ciudad.
La comida china es el reflejo de su la historia y la cultura de China. Si hay algo que a los chinos les gusta hacer y que los preocupa son las comidas es comer. Siempre estarán pendientes de que hayas comido lo suficiente y comprarán comida de más. Sé que les agrado a mis alumnos o que están contentos conmigo cuando me convidan con tortas, papas fritas y pequeñas salchichas que están comiendo. Y no es para menos... por muchos años, muchas de estas familias estuvieron sujetas a un límite, a hambrunas, a morir por no tener qué comer y hasta abandonar hijos porque sabían que no podían darles de comer. No hay un día que no me siente a la mesa y piense en lo que estoy degustando representa para todos los ciudadanos que me rodean. Y eso la hace más apetecible, más digna, más chinamente deliciosa.
La Muralla China
La van me pasó a buscar muy temprano para ir a la Muralla China. Conmigo se sentó una chica que estaba parando en otro hostel y más tarde dos chicos más. Ninguno dijo palabra, quizás era demasiado temprano. Cuando llegamos a la muralla, unas dos horas más tarde, los cuatro nos dimos cuenta que éramos argentinos. Los únicos cuatro argentinos de la excursión. Quizás tendrían imanes los asientos... lo cierto es que todo el día me estuvo acompañando mi querido shesheo, el fernet, el "boló", y las ganitas de volver.
"No todos los que vagan están perdidos".J. R. R. Tolkien
Todos vienen a China por
una razón. Muchos de los que venimos aquí decimos “vine por trabajo”, “me gusta
viajar”, “siempre quise conocer China”… lo que suele ser verdad, pero no el
motor de nuestra épica mudanza. Tengo la suerte de haber conocido viajeros de
paso, gente como yo que viene a trabajar por un par de años y también a
aquellos que viven aquí hace varios años y no piensan irse por el momento,
aunque intuyo que saben que en un futuro se irán. Todos los días alguien me regala su historia, relatos invaluables que me han enseñado tanto de ellos como de mí
misma.
“Find out who you are,
and do it on purpose” (Encuentra aquello que te hace ser tú mismo y hazlo a
propósito) dijo Dolly Parton en una entrevista. Venimos al mundo con ese
objetivo, encontrar nuestro lugar en el mundo, hacer nuestro trabajo y hacerlo bien. Pero a veces el proceso de
encontrar(nos) consta de muchos prueba y error. El tiempo pasa, nos atrapa la
inercia, el deber ser adulto y pagar las cuentas, nos distrae el amor, nos copa
el vaguito interior… y muchos terminamos aceptando lo que ha caído frente a nuestros
pies aunque no nos dé un hogar, un “llegué a casa”.
Se siente incómodo, es como engordar en invierno. Crecemos en varias dimensiones hasta que la ropa queda chica. Todo aprieta y a veces hasta lastima... y lo más triste es que después nos reímos de la regordeta que usa calzas ajustadas, pero nos da miedo mirarnos al espejo. Podemos estar mucho tiempo así, incómodos, hasta que la ropa y nuestro posible YO dicen basta.
Y cuando esto pasa, cuando ya no podemos aceptar esa mentira que decimos es YO, el mapa se vuelve una reflexión de nuestro ser. Cerramos los ojos y con un dedo marcamos aquel destino que nos alejará de la realidad
por un tiempo para ver las cosas en perspectiva. Sí, nos escapamos, pero HACIA y no DESDE. Buscamos refugio por algún tiempo, y cuando nos llegan las ganas no paramos hasta encontrar
aquello que vinimos a buscar.
China, ese lugar tan
distinto y tan lejano de Estados Unidos, fue todo eso para Michael Johnson, quien
les viene a contar su historia.
Mike
“Lo voy a hacer gratis”,
me contestó luego de que le pidiera que me cubriera una clase de inglés en el colegio. Yo
doy clases a niños de 3er y 4to grado, mientras que él da clases en 5to. Nunca
aceptó el dinero por la clase que había dado por mí, y el día que dejé un sobre en su ventana me
respondió diciendo que no me hablaría más si seguía insistiendo. Así es como
adora Mike esta profesión que encontró aquí, en China, después de los 50 años de edad. La enseñanza, para él, es algo que no tiene precio.
Así aparece en el anuario, pero hay mucho sobre él que esta foto no dice.
Elk Grove, California.
Mike nació en 1955 en la
base militar de Hamilton, cerca de San Francisco, California. Como buen hijo de
coronel, decidió unirse a la fuerza aérea junto con su mejor amigo. Esa noche
de alcohol luego de terminar la secundaria, el plan parecía buena idea. Pero
Mike recuerda muy bien el momento en que tuvo que despedirse de su madre, sus
hermanas y ESE mejor amigo para subirse al transporte donde un hombre alto y ancho gritaba a los cuatro vientos lo mal que la iban a pasar en los
próximos meses. Su amigo no había pasado los exámenes académicos, y Mike terminó
solo una carrera que él y sus superiores sabían que no era para él.
Luego de
que la guerra de Vietnam llegara a su fin, al igual que su carrera militar, le
dedicó su tiempo a varios trabajos: instalador de juegos para las plazas,
pintor, vendedor de autos, agente de seguridad y hasta empezó su propio negocio
de tablas de skateboard, el cual nunca tuvo éxito.
Odió cada uno de estos
trabajos.
Luego de algunos años,
en 1977 entró a trabajar en gerencia en una compañía de cierres y broches, y es
allí que descubrió que ser perseverante (o testarudo, diríamos sus compañeros de trabajo) tenía sus frutos: escaló posiciones en distintas empresas hasta convertirse en director
de una compañía de productos electrónicos en el sur de California.
Odió cada uno de esos
trabajos.
Abrazó el poder y el éxito como si fuera la madre de sus hijos, hasta que ésta realmente apareció en su camino. En 1986 sucedió lo que
él me recuerda todos y cada uno de los días mientras compartimos el desayuno…
conoció a su esposa Blanca, una mexicana inmigrante ilegal cuyo verdadero
nombre aún no me ha dicho. Se casan sin pensarlo demasiado y en 1987 nace su única hija. Como él lo cuenta,
tenían dos opciones: o comprarle a su hija un arma para defenderse o mudarse a
Sacramento. Comprar un arma era demasiado caro así que finalmente se mudaron y
Mike abrió una compañía dedicada a reparar ascensores mientras que su esposa
abrió una compañía de servicio de limpieza.
Odiaba su trabajo, pero
amaba a su familia.
Muchos pañales, libros escolares, viajes familiares y asados en el patio de su casa después, lo que llenaba su vida lo abandonó. Blanca enfermó y falleció muy poco después en 2008. El dice que lo único que recuerda de esa época es el silencio que no lo dejaba dormir.
Vivía en la casa que él había construido para los tres con los fantasmas
de una vida más feliz, y se levantaba todos los días a la misma hora para hacer
el trabajo que había detestado toda su vida. Pero esta vez lo hacía sin
haber desayunado los burritos mañaneros de Blanca.
Así que un buen día, se fue.
Vendió su casa y sus
pertenencias y se compró un bote en Florida. Se unió a un curso de navegación y
náutica (el cuál nunca aprobó), y decidió embarcarse en un viaje de un año por
el caribe. Atravesó canales y desembarcó en grandes y pequeñas islas.
Transportó gente, literalmente sobrevivió tormentas y noches de drogas y alcohol
que todavía no está seguro si realmente ocurrieron o no. Contrajo graves
enfermedades y dejó hospitales sintiéndose más vivo que nunca… hasta que llegó
a Cuba y tuvo que volver a su país a la fuerza (no me quiere contar qué sucedió
pero supongo que debe haber sido lo mismo que sucedió cuando quiso infiltrarse
en Vietnam y Corea del Norte sin visa). Un año después de su partida vendió su
bote a una pareja que había conocido en Hawaii y que, después de casarse, quería
hacer lo mismo que él había hecho (mientras lo cuenta repite una y otra vez
¿Por qué dejé mi barco? ¿Por qué?”). Sus días de navegante habían terminado.
Mike tenía miedo. Si algo no quería era volver a escuchar silencio. Así que sin pensarlo se embarcó en la verdadera aventura de su vida. Se acordó de aquel plan que había
elaborado antes de que su esposa apareciera en su vida: visitar China.
Este nuevo capítulo aún lo tiene atado aquí. Luego de tres meses de visitar ciudades y
conocer gente que lo inspiraba a saber un poco más de sí, entendió que ya había
tenido demasiados problemas con visas y que si quería quedarse tendría que
encontrar un trabajo. Todos le decían lo mismo: "Si querés venir a China, tenés que dar clases de inglés".
No lo conocía mucho en ese entonces, pero cuando vi como sus ex-alumnos gritaban su nombre no me quedó duda de qué tipo de persona estaba por conocer.
Y encontró mucho más que dinero: acá, en este colegio pupilo de la pequeña ciudad de Yangzhou, a miles de
kilómetros de su ya lejos realidad, Mike encontró lo que hoy lo hace ser él
mismo: enseñar. A pesar de no haber estudiado para ser uno, Mike es un maestro
de alma. Basta con ver cómo sus alumnos de otros años lo vitorean en los
pasillos, o como sus alumnos sonríen cuando él entra al aula. Es difícil no ocultar una sonrisa cuando veo cómo
defiende sus métodos en las reuniones escolares y cómo se pelea con nuestro jefe para cambiar políticas
que todos creemos injustas.
Ama su trabajo.
Mike es el tubo de pasta dental. Es el encargado de recibir a los niños en la casa embrujada durante Halloween =)
Desde que lo conocí
sabía que tenía que escribir sobre él, quería que todos lo conocieran. No se arrepiente de nada de lo que hizo en la vida, ni de los
desaciertos ni de aquella decisión que lo llevó a ser hoy el hombre que es. Es
la persona que describe aquello que siempre pensé que tenía sentido pero me
aterraba y que creo que todos debemos hacer de la manera que podamos: seguir
hasta lograrlo, hasta encontrar ese lugar que llamamos “hogar”, en el que nos
encontramos seguros y satisfechos, y que no siempre tiene un nombre en el mapa.
Entrevista a Mike
¿Cómo te describirías?
Soy un navegante. Hago
mi camino al andar y busco encontrar placer mientras causo el menor daño
posible.
Mi comida favorita es el pavo y la salsa que hacía mi
esposa. Mis películas favoritas han iniciado dos de mis viajes: Los Cazadores
del Arca Perdida y Mamma Mía. Mi dibujo animado favorito es La Pequeña Sirenita
(aún estoy enamorado de Ariel).
Soy un tipo bastante feliz, incluso cuando me levanto
todos los días a las 5 am (la escuela militar me entrenó como un perro de
Pavlov y no puedo dormir después de esa hora).
Sé un poquito de todo y mucho de nada. Pero eso me ha
alcanzado para sobrevivir.
¿Qué es lo máximo de tu día?
Ver que mis alumnos aprenden lo que yo les quiero
enseñar. Sea inglés u otra cosa. Me decepciona entrar a una clase donde veo que
mis alumnos no están interesados y me pregunto por qué, pero me fascina entrar
a una clase donde veo que hay entusiasmo y que todos (o casi todos, siempre
está el de atrás del todo al que la revista le parece más interesante que mi
voz) me muestran su entusiasmo.
Como yo lo veo, en mis clases están esos niños que
buscan ese premio que les doy, que no es más que su propio aprender. Después
están esos niños que no lo quieren, que prefieren ignorarme, que están
enojados, que no lo van a intentar. Y eso para mí es mí fracaso. Pero este
trabajo me presenta con logros y fracasos todos los días. Y eso hace que mi
trabajo sea tan interesante.
¿Qué es lo que cambiarías de tu trabajo en China?
El mal comportamiento de nuestros alumnos tiene raíz
en un problema: lo que enseñamos no les sirve. La educación en China está
atrasada en unos treinta o cuarenta años. Aquí pretenden que hagamos lo que en
occidente se hacía hace muchos años.
Cambiaría el contenido de las clases de inglés. A
través de los años me he dado cuenta que los libros que debemos usar son
anticuados, que el lenguaje es simple y que a estos niños no les sirve para
poder comunicarse con nosotros u otras personas. Les enseñamos a decir frases
que ni nosotros usaríamos y les decimos que cuenten una historia cuando no
saben por dónde empezar… y esto tiene una razón. Les faltan las bases.
Si encontramos aquello que estos niños necesitan
aprender, las clases se convertirían en un desafío y mis alumnos se
engancharían mucho más.
¿Cómo ha cambiado tu vida vivir en China?
Puedo pensar en mil cosas a la vez. Pero si tuviera
que pensar en algo puedo decir que China me ha dado un propósito. Me pasé mi
vida trabajando en cosas que para mí no tenían sentido, rodeado de gente a la
que nunca respeté. Y desde que empecé a trabajar aquí amo lo que hago, y no
sólo estoy rodeado de gente que quiero sino que respeto todos los días por el
enorme trabajo que hacen con estos niños.
Antes de dejar los Estados Unidos estaba enamorado de
mi familia, pero estaba peleado con mi vida. Sentía enojo y no sabía cómo
cambiarlo. Me pasaba los días soñando con una vida mejor, cada hora de cada
día. Y desde que me mudé a china no tengo esos sueños diurnos. Los vivo a cada
minuto.
Todos esos viajes, todas esas locuras de las que te
cuento todos los días… no se comparan ni por un segundo a la felicidad que
siento todas las mañanas cuando me levanto para hacer algo que amo ¿Quién puede
decir que cambiaron 50 años de enojo por algo que aman? ¿Quién? Soy un tipo
tremendamente afortunado.
Viajar a ciertos lugares a veces es comparable a cuando
guardábamos esos caramelos de colores que nos gustan más de las miradas de
nuestros compañeros en la escuela. Los escondíamos entre los dedos y los
apretábamos para que nadie los pudiera descubrir o arrancar de nuestras manos.
Algunos lugares se vuelven tan mágicos, tan únicos que no queremos que nadie
los encuentre.
Pero aprendí de muy chica que compartir lo que nos gusta
tanto a veces nos puede dibujar una sonrisa. Hoy quiero compartir con ustedes
el que yo creo que, hasta ahora, es mi lugar favorito de China: la zona montañosa
de Zhejian, al sur de Shanghai.
China no deja de sorprenderme. Sí, ir a la Muralla China,
Visitar el Mausoleo de Mao, ver la Torre más alta de Shanghai… son ítems a
chequear en una lista de quehaceres, pero en todos estos lugares nos toparemos
con lo museístico, aquello que está preparado para el turista. . Amo lo
íntegro, lo único, lo que no se ha tocado. Sea la naturaleza, la gente, la
comida, la religión… me gusta vivir algo único. Aquí en China es algo que no es
sencillo encontrar, puesto que las atracciones más populares a veces se
asemejan a parques de diversiones. Algunos parques naturales se han
literalmente transformado en parques temáticos con zonas recreativas,
restaurantes y decenas de baños por doquier. Todavía encuentro algo extraño que
las montañas más populares tengan escaleras para subir hasta la cima. Le quita
el glamour al “¡Llegué!” que se nos escapa cuando, con la lengua afuera y la
ropa húmeda, pisamos el lugar más alto.
Por eso, cuando al atravesar distintos bosques de bambú en la
zona de Anji安吉y Moganshan 莫干山 veíamos carteles que anunciaban que la zona zona
“va a ser protagonista de un boom turístico”, entendí que era mi deber
compartir mi experiencia con aquellos que realmente quieran disfrutar de una
historia auténtica antes de que pierda esa magia.
Si tienen ganas de ver algo así...
O conocer a algunas de estas personas... a seguir mis pasos que se quedarán maravillados. (Foto: Zora Bombach)
De Anji a Moganshanzhen... ese era nuestro plan inicial. Nos quedamos por la zona, pero las cosas cambiaron un poco.
De Yangzhou/Shanghai a Anji
Para llegar a la ciudad de Anji hay que ir a Hangzhou 莫干山 primero. Como sabía que iba a tener que hacer algunas combinaciones de
transporte, decidí salir bien temprano. Mi cerebro no se levanta conmigo a las
5 am, quizás por eso haya tenido que volver a casa dos veces: una por el
pasaporte y otra por mi celular, que dejé arriba de la mesa la primera vez que
volví. En China jamás hay que olvidarse el pasaporte.
De Yanghou a Hangzhou hay dos horas de viaje, tres si hay
demoras por tráfico. Si este es el caso, una siesta nunca nos quitará energías.
Eso sí, si tu acompañante no habla por teléfono durante las tres horas, el de
adelante te quitó el poco espacio que tenías para estirar un poquito las
piernas y el de atrás deja de comer pollo con la boca abierta (sí, a las 6 am).
Cuando se llega a Hangzhou hay que ir hasta la estación
norte, y de allí salen colectivos cada 15 minutos a la ciudad de Anji. El
boleto cuesta 27 rmb.
Cuando llegué a la tarminal me tomé un taxi y no dudé ni dos
segundos en preguntar el precio hasta el bosque de Anji (Anji Zhuxiang 请送我到) ¡Hay
que regatear! El viaje no debería salir más de 70 rmb. 30 minutos después
estaba en mi primer destino, el bosque donde se filmó la película Crouching Tiger, Hidden Dragon:
hectáreas y hectáreas de verdes y amarillos.
Jugar y sentirme una niña
Miles y miles de bambú. Es la reserva más grande de China
Hay un parque nacional al que se puede acceder con una
entrada de 80 rmb, pero si uno camina rodeando las colinas del parque se puede
entrar fácilmente por la puerta de atrás. Allí podrán encontrar y contemplar un
paisaje que obviamente excede los límites de MIS palabras.
Y si se cansan de ver bambú, abrazarlos, sacarse fotos locas
jugando con los troncos, absorbiendo la magia que exuda la tranquilidad del
bosque… también hay un tobogán para bajar que cuesta unos 40 rmb y una sección
de juegos al mejor estilo escuela militar de los 80s. Después de todo, es un
“parque” y como tal debe tener atracciones.
A pesar del perfil turista que está adquiriendo este bosque,
esta reserva está ahí para ser admirada. Guarda secretos milenarios, provee a
la gente de raíces de bambú que se juntan para después hacer bambú con salsa
picante. Sé que la junta de árboles espera silenciosamente a que alguien salga
a decir que lo de “boom turístico” lo están reconsiderando.
Si bien visitar el parque es algo que se suele hacer en un
día, recomiendo obligatoriamente quedarse una noche. No hace falta reservar un
hotel (a menos que sea época de festividades), porque a los pies del parque hay
varias casas de familia que se han vuelto hospedajes. Ellos estarán deseosos de
alojar a extranjeros.
Esa noche, en la posada de Ying Li, la administradora que
ayudaba a sus hijos a hacer los deberes, mientras me hacía el check-in,
ordenaba el almuerzo para una pareja y preparaba agua caliente para el té,
decidimos hacer un drástico cambio de planes. Es decir, todos nos habíamos dado
cuenta de algo ¿Por qué ir en transporte a nuestro siguiente destino si quedaba
a tan solo 7 km? Podíamos caminar.
En cualquier otro momento hubiera pensado que caminar por la
extensa campiña china, sabiendo que no hay buena conexión teléfonica, que nadie
habla inglés ni intenta entender, que no sabíamos bien a dónde íbamos, y que
nadie había caminado mucho en área de montaña en mucho tiempo, era como meter
los dedos en el enchufe ese que nadie sabe por qué está cerca de la bañera
cuando uno se está duchando. Simplemente no hay que hacerlo.
Pero ahí empieza a actuar el hechizo de este lugar o la
estupidez humana (que aprecié mucho en su momento). Las fotos que nos habían
quedado en la retina nos tenían tan sedados de placer que queríamos más.
Queríamos seguir caminando entre bambús.
La posada donde nos quedamos
se llama Dazhuhai hushing renjia (con eso basta para subirse a un taxi y que te
dejen en la puerta) o en caracteres: 大竹海沪上人家.Además de llamar al cocinero
de la mañana para pedirle que nos haga baozi (pan relleno de verduras) porque
lo habíamos pedido, Ying Li nos pidió un taxi que nos cobró 100 rmb para
dejarnos más cerca de Xiwuli. Para ella todo fue un “sí, pueden” y “no se
preocupen, están en Zhejiang”. Las habitaciones son más que cómodas por su
valor: 248 rmb por tres habitaciones con dos camas twin.Dato extra
En China y en el medio de las montañas, lo que hay que hacer
es salir a la noche y sentarse en algún rincón oscuro. Ver las estrellas se
convierte en un privilegio que no muchos tienen.
A Howoo
Life Resort en Xiwuli
Después de un muy chino desayuno con mantou (pan al vapor),
baozi, pickles, congee y té verde por 10 rmb, el taxi que habíamos pedido nos
pasó a buscar. Al vernos subir a la van con el google maps en la mano, el
taxista hizo lo que cualquier otro chino hubiera hecho: prendió el GPS. Mi amiga Zora le explicó que íbamos al
pequeño pueblo de Tongfeng, hasta la intersección con el pueblo de Chiyicun, al
sureste del pueblo. Cuando llegamos, unos 30 minutos después, juro que la
expresión del taxista indicaba una sola cosa: miedo. El hombre, de unos 60
años, como el resto de la población en esos pueblos, tenía más miedo de
dejarnos ir que nosotros de caminar sin saber a dónde ir. La intersección de
calles no era más que un pequeño cruce de caminos tierra atravesado por un arroyo.
Y empezamos a caminar ¿A dónde? No teníamos la menor idea.
Dirán, pero qué irresponsabilidad. Arruinar un viaje por no
saber a dónde ir. Yo hubiera pensado así, pero quizás esa sea la magia de
acostumbrarse a no entender exactamente dónde uno está ni estar seguro de no
saber si está yendo bien cuando se piden direcciones. La ansiedad nos deja y
disfrutamos del paisaje (bienvenidos a China).
Comenzamos a caminar hacia el sudeste, como indicaba Google
maps. Seguimos caminos de asfalto y construcciones, preguntamos a los
trabajadores que encontrábamos, a los campesinos que llevaban raíces de bambú,
a los que estaban talando árboles. Encontramos pequeños bosques y nos
sumergimos en ellos para tomar atajos… y un rato después llegamos a Da
Zaowucun. Sólo un rato más tarde y ya con algo de hambre, llegamos a Yaowucun o
Waitaowu (en realidad eso lo sé ahora, cuando estábamos ahí estas pequeñas
aglomeraciones de casas, carritos con golosinas, escuelas tradicionales y
muchas banderas de China eran solo… ¡Mirá que lindo pueblito!).
Después de recolectar té y raíces, estas mujeres se detienen a descansar.
Procesadora de raíces de bambú: no sé quién estaba más contento por el encuentro, ellos o nosotros.
A pesar de que estos pueblitos no existan en el mapa mental
de muchos Chinos, puedo asegurar que lo que hay allí es imperdible. Después de
pasar días en ciudades donde la gente quiere parecerse un poco más a los
extranjeros, caminan ligero sin mirar a quién tienen al lado y se convierten en
una arteria más de una comunidad un tanto individualista, ver cómo es la vida
en estos lugares es placentero. Los trabajadores de la procesadora de raíces de
bambú nos invitaron a entrar al lugar y nos explicaron cómo trabajaban. Tanto
mujeres como hombres sonreían las vernos pasar y posaban para las fotos.
Después de haber recogido docenas de raíces de bambú se podía ver a las mujeres
que cargaban las bolsas al mismo tiempo que reían de algo que ellas mismas
comentaban. Y el dueño del pequeño mercado no dudó en hacer una pausa mientras
fumaba su cigarrillo para rascar la panza de su pequeño perro negro. Todo esto
nos obligó a frenar el paso, sonreír más, agradecer y seguir camino.
Miles y más miles.
A pesar de que estábamos disfrutando de nuestra aventura,
Sofi citadina no me abandona nunca. Justo cuando estaba enterrada en el barro,
disfrutando del esfuerzo físico y sintiéndome la Jane de Tarzán, me rehusé a
seguir. Casi me abrazo a un bambú para que no me obligaran a caminar cuando nos
perdimos en un bosque bastante oscuro (¿Quién tiene miedo, yo?). Pero me convencieron de seguir. Siempre que nos habíamos perdido en algún pueblo
terminamos. Para la suerte de los cuatro alemanes, uno o dos kilómetros después
llegamos a Xiwuli, donde estaba nuestro hospedaje.
El hostel, Howoo Life, se puede encontrar en hostelworld.com.
Cuesta 140 rmb la noche en un dorm compartido, pero las instalaciones son
cómodas, hay agua caliente y sirven papas fritas en el restaurant. Qué más se
puede pedir en el medio de las montañas (calefacción, pero bueno, todo no se
puede).
Habíamos llegado.
Tian Quan Shan
Sigo sosteniendo una pequeña teoría acerca de viajar: a
veces es bueno saber a dónde se va, y a veces es mucho mejor no saber a dónde
se va.
Como habíamos cambiado de planes, no sabíamos muy bien que
hacer cuando llegamos al hostel. Era apenas el mediodía, pero Mogan Shan (a
donde íbamos en un principio) estaba muy lejos. Lo mejor era seguir caminando
¿a dónde?
Cuando nos internamos en la colina detrás del hostel (o
resort) nos dimos cuenta que era algo empinada y se me ocurrió sacar el mapa
que me habían dado en recepción. Aquello no era un simple bosque de bambú, sino
que era una pequeña montaña llamada Tian Quan Shan, que tenía casi la misma
altura que Mogan Shan, pero sin todo el glamour de un resort para extranjeros
durante el S XIX.
Senderos para subir Tian Quan Shan: como en los cuentos.
Tian Quan, como yo la recuerdo, es una pequeña montaña que
NO APARECE en los mapas de google. Si no fuera porque en China no se estudia
Geografía y los mapas muchas veces carecen de información vital, diría que fue
como encontrar un pasadizo secreto o una puerta al más allá. Cuando esto ocurre
en los libros de ficción uno sabe que tiene que prepararse para algo sin igual.
No me equivoqué. Tian Quan me regaló algo que voy a llevar
conmigo siempre: mi lugarcito de China. Verán, he visitado ciudades importantes
de China, he subido a la muralla, entré a la ciudad prohibida, a montasterios, a
residencias imperiales… pero nada me había preparado para lo que viví esa
tarde.
Pequeños regalos de la montaña (Foto de Zora Bombach)
No sé realmente si existen las vidas pasadas, pero si
existieran yo estoy segura que fui alguien que nació en las montañas, quizás
hasta fui parte de alguna de ellas. Simplemente soy yo cuando llego a la cima.
No hay preguntas, no hay dudas, no hay peros, no hay pasado ni hay futuro.
Somos una… y estamos bien.
Somos una y estamos bien.
Para llegar a tan monumental pequeño lugar hay un
sendero, pero recomiendo adentrarse en
los bosques. Es menos cómodo y me ensucié mucho, pero llegamos en menos tiempo
y estoy segura que el bosque alberga muchas pequeñeces bellas para mirar.
A medio camino hay una plantación de té y, si la dueña está
en casa, se puede probar una taza de té y galletitas por unos 20 rmb. Puede
parecer costoso, pero el té es algo especial. Basta con ver a las docenas de
mujeres recogiendo las hojas de té (que aparentemente quitan el hambre) a la
vez que sonríen y escapan a las fotos indiscretas, para darse cuenta que a
veces las cosas no tienen valor.
Esa noche, luego de tomar el sendero para volver (ya las
piernas no nos respondían), nos deleitamos con platos autóctonos de la zona y
una cerveza Mogan Shan mientras jugábamos al UNO tratando de no pelearnos.
La Vuelta
Al día siguiente se nos dijo que ir a Mogan Shan, nuestro
destino final, no era lo más conveniente para terminar nuestro viaje. Habíamos
ido a la zona en feriado nacional, y como todo feriado nacional, esto era
motivo de éxodo masivo. Para que se imaginen: embotellamiento de autos para
llegar, bocinazos de los menos melódicos, no poder moverse porque si lo hacés
le tocás la cabeza a una persona que tenés al lado, colas para subir a la
montaña (Sí, como lo leyeron), gente de mal humor. Estábamos cansados y se nos
podía ver estirando las pantorrillas en cada zócalo que veíamos, así que
salimos a caminar y recorrer Xiwuli y a la tarde emprendimos la vuelta a casa.
La idea era tomar un colectivo desde Xiwuli a Deqing y de
allí tomar un tren a Hangzhou. El colectivo no era más que una pequeña van que
paraba en todos los pueblitos recogiendo gente que iba a trabajar o a estudiar
a Deqing o Hangzhou. Gente, animales, valijas y cajas de diferentes tamaños,
nuestras botellas de agua y nosotros.
Al llegar a Deqing se nos dijo que no habían boletos, así
que tuvimos que tomar un taxi a Hangzhou por 200 rmb. Al ver la cantidad de
camiones enfilados para entrar en la ciudad de Hangzhou, a unos 70 km de
Deqing, y al servicio de tránsito en el peaje que obligaba a los autos
retroceder, caí en la cuenta de que los embotellamientos en Panamericana quizás
no sean tan graves (dije “tan”). Pensamos que el taxista iba a abrir la puerta
y dejarnos ahí, en el medio de la nada (algo muy usual en China), pero el
hombre, que parecía el personaje cerebral de las películas de acción anunció
“Conozco un atajo”. Tomando un desvío y conduciendo por los caminos de las
granjas de cangrejos y langostinos, llegamos a Hangzhou una hora más tarde.
Después de una estratégica parada en MacDonald’s, nos subimos al tren hacia
Shanghai por 50 rms.
Conclusiones:
Viajar por China es conocer este país en profundidad.
China es un país fascinante.
En China, como en muchos otros países, no necesariamente hay
que pagar para llegar a los lugares más interesantes.
Hay muchos lugares únicos para conocer que no están en las
guías de viaje. Hay que preguntar a los locales o escuchar a los viajeros que
conocemos en los alojamientos.
Muchas veces, el tener un viaje inigualable no tiene que ver
con el lugar que visitamos sino con las personas que viajamos o que conocemos
en el camino.
Los compañeros de ruta la mayoría de las veces hacen que un viaje valga la pena.